Lucho y Pepino iluminan la noche: ¡Un espectáculo deportivo que no te puedes perder! | EL PAÍS
La escena tiene una duración de seis minutos y diecisiete segundos. Se desarrolla en el interior de un restaurante de Los Ángeles, específicamente en el diner Kate Matalini’s de Beverly Hills, y se filmó de una sola vez, sin ensayos previos y utilizando tres cámaras para no desperdiciar ni un instante. Era la primera ocasión en que Robert De Niro y Al Pacino compartían pantalla y, además, un diálogo que todos anhelamos interpretar como una conversación sobre ellos mismos y la admiración mutua que se profesaban, a pesar de haberse formado en el mismo entorno, haber vivido trayectorias paralelas y, sobre todo, haberse disputado el trono de la veneración de innumerables aficionados. Michael Mann los reunió en *Heat*, la película filmada en 1995, que suscitó una extraña mezcla de emociones contradictorias en el público. “Estamos aquí sentados tú y yo como un par de tipos normales. Tú haces lo que haces y yo llevo a cabo mi labor. Y ahora que hemos estado frente a frente, si estoy allá y tengo que eliminarte, no disfrutaré hacerlo”, le decía el policía Vincent Hanna (Pacino) al ladrón y asesino Neil McCauley (De Niro).
Guardiola y Luis Enrique también se verán las caras el miércoles en el Parque de los Prínipes. No está claro quién sería el uno o el otro, pero ninguno podría definirse tampoco como un tipo normal. Dos maneras de entender el argumento de la profesión, pero la misma intensidad -o severa patología- para vivirla. Es verdad que no es la primera vez se enfrentan en un partido como entrenadores, pero ocurre ahora sin esa tramoya asfixiante del Barça que todo lo enrarece (Luis Enrique ganó aquellas semis contra el Bayern de 2015 en las que Messi sacó a bailar a Boateng). La primera vez, en suma, que podrán demostrarse quienes son sin las ataduras sentimentales del pasado, de la casa donde compartieron mantel y cama entre 1996 y 2001, un lugar especializado también en arrasar con los mejores recuerdos que construye.
Luis Enrique y Guardiola, que se enfrentaron por primera vez como jugadores en el Bernabéu en 1991, son los dos entrenadores más amados por los aficionados del Barça. Por lo que ganaron y por cómo lo hicieron, también por su firmeza, por llamarlo de algún modo, ante el Madrid. Pero también por ese me largo prematuro que ayuda a extrañar a las personas que perdiste y a mitificar los recuerdos cuando sabes que es imposible recuperarlas. Tozudos en la idea, incluso cuando todo se tuerce -ambos atraviesan un mal momento en sus equipos-, son esa clase de suicidas dispuestos a perder partidos antes que el propio estilo. Intervencionistas por naturaleza, puede que Guardiola tenga algo más de sensibilidad para saber hasta dónde puede apretar que Luis Enrique, que si pudiese elegir dirigiría los partidos con un joystick. Pero ambos, tanto o más que a figuras como Johan Cruyff, le deben también sus mejores años a un tipo de 170 centímetros nacido en Rosario.